Ella salió de la nada.
Cayó del cielo a mi mano,
como al horno va el marrano.
No fue lindo. Para nada.
Pero quedó enamorada
de las gafas que tenía.
De saber que al otro día
sería todo distinto,
volvería a aquel recinto
y hasta ciego me pondría.
Y es que tal fue mi sorpresa
cuando se me fue acercando
con su lengua (ya babeando)
y de pronto se confiesa:
¿Y qué tal si usted me besa,
mientras pasa este calor?
Si hiciera usted el favor
que hoy Domingo yo le pido
-prometió la muy maldita-
no me enojo si me quita
la palabra... o el vestido.
La mujer no me esperó,
de verdad no le importaba
si estas gafas contestaban,
ahí mismo me besó...
y después lo que pasó
no me lo van a creer.
Fue tan grande mi placer
al probar aquellos labios,
que olvidé los desagravios
de la babeante mujer.
Alcancé hasta a imaginar
que la gran temperatura
que acechaba la aventura
sólo se iba a agrandar.
No dejaba de pensar
(ya conocen mi talante,
el humor es lo importante)
que el calor de la mujer
podía venir de comer
una sopa muy picante.
Pero nada más errado.
Fue su beso el que ganó.
Y todo se me olvidó.
El sabor más delicado
que un humano haya tomado,
el olor más delicioso,
el jadeo peligroso,
y los ojos que se cierran
y las manos que se enredan,
y ese círculo besoso.
Y la sal por los poritos,
las goticas en la frente,
las miradas de la gente,
los osados cariñitos,
los deseos que un escrito
no permite revelar.
El calor que al empezar,
parecía un enemigo,
ahora junta un par de ombligos
en el baño del lugar.
Y la astucia acalorada
recordó aquella promesa.
Y ya soy yo quien confiesa
con las manos empapadas,
con la vida emocionada:
¿Qué tal si permite usted
proponer que nuestra sed
la calmemos con más besos?
Démonos muchos de esos.
¿Qué decís, vuesa merced?
Toda ella respondió
con un solo movimiento.
Uno rápido, uno lento...
Y la noche se encargó
de decir lo que calló
la pareja sofocante.
Fuimos más que dos amantes,
fuimos agua, sol, y ducha,
fuimos paz y fuimos lucha,
fuimos dos besos andantes.
La mañana calurosa
(mucho menos que la noche)
la vio partir en su coche
tan besante, tan besosa,
tan amante, tan hermosa,
tan ligera, tan divina,
te besa... luego camina.
Se acabó la temporal
noche, dejando un final
que ya dio vuelta a la esquina.
Lo que queda es reflexivo.
La razón de aquel amor
fue menos digna de honor.
Porque fue muy primitivo
y tal vez hasta excesivo
el manejo de mi historia.
Quedarán en la memoria
los besos tan infinitos,
la promesa que, lo admito,
resultó premonitoria,
los sudores que cambiamos
enroscados una en uno,
las palabras que ninguno
pensó mientras nos besamos,
las manos con que jugamos
a encontrar el corazón,
el sudor que, con razón,
se devuelve a sus poritos.
Esos ojos. Tan bonitos.
El calor. La sensación.
12/07/2015