lunes, 8 de octubre de 2012

En El Navegante

La imperiosa necesidad de pensar
en los momentos en que lograba 
entenderte con sólo una palabra.

Ese silencio extraído de la realidad
cargado de música invencible, 
de cantos infinitos de seres fantásticos.

El hablar como nadie, sólo por placer.
Decirte lo mismo de muchas maneras.
Que no tengas cansancio escondido...

Que te mueras por mirar conmigo
todo el océano que nos consumiría 
arriesgando el cuerpo para conocernos.

Entregando al mar lo que nos compone, 
dejándote, confiando, amando sin saberlo, 
estándo, encantando, distrayendo.

¿Dónde estás, hermosa escritora?
¿Dónde tu inventiva seductora?
¿Cómo pude asesinar tus ímpetus?

Ven, vamos, mira la luna de esta noche, 
qué elegante se ha puesto sólo para ti... 
Acompáñame a conocerla como la conoces tú...

Aparece y reaparece, si quieres me aparto.
No prives al mundo de encontrar tu alma... 
hoy la ignoran, mañana será necesaria.

Será tan necesaria que estaré arrepentido
de haber enterrado a la escritora, 
de haber robado lágrimas ajenas.

Serás más que viento y sonriras, 
más que silencios desencantados, 
más que todos mis tormentos.

Y ya no tendrás más ganas de llegar,
Ya no valdrá la pena intentar salvarme, 
Ya no habrá misterio atractivo.

Cuando vuelvas a vivir no estaré
para darte un abrazo extraviado 
o para fracasar intentando cursilerías.

Tantos silencios, tantos sonidos...
Tantas maneras de verte... todas tan lejos...
¿Por qué te veo caminar hacia atrás?

¿Por qué pareces tan feliz allá, sin acá? 
¿Es que somos mi alma y yo los intrusos? 
Sólo quise acercarme a tu vida.

¡Pero te he matado, escritora!
¡Dime si podrías tú vivir con eso!
Dime cómo podría yo...





08/10/2012